Entre  amores  e  Itakas





Isolda  Inés  Baraldi











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Isolda Inés Baraldi nació en Rosario el 13 de diciembre de 1956. Pasó su infancia en Guaminí, estudió en La Plata, vivió un tiempo en Capital Federal y regresó a Rosario.

En 1979 Isolda, la Colo, participó en la última etapa de Propuesta. Firmó con el pseudónimo Inés Henke varias notas abordando la temática de la mujer y realizó entrevistas a Federico Luppi, Caloi y María Elena Walsh, entre otros.

En los años siguientes, de regreso a Rosario, tuvo una destacada labor en el diario La Capital en su suplemento Mujer, que mereció la concesión del  Premio Juana Manso de la Municipalidad de Rosario.  También fue docente en el instituto de periodismo TEA, sucursal Rosario. Falleció a los 53 años, el 5 de marzo de 2010.

En 2009 Editorial Laborde publicó su libro Cosas de esas, con relatos y narrativas, algunas de ellas publicadas en La Capital y en Rosario 12. De ese libro es este cuento, de sesgo autobiográfico sobre sus años capitalinos bajo la dictadura.


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Buenos Aires era una fiesta en julio del 78, menos para unos pocos. Para ellos no. El mundial de fútbol tenía a los argentinos enloquecidos, de alegría y patriotismo. Cantaban, bailaban, hacían caravanas de autos. En fin, una fiesta masiva que se repetía en cada ciudad y pueblo de la Argentina. Para unos pocos no. Liderados por un puñado de mujeres con pañuelos blancos que buscaban a sus hijos desaparecidos, cientos de jóvenes se jugaban la vida para denunciar las atrocidades de la dictadura y que de pronto desaparecían sin dejar rastros. Era así, las madres sabían que estaban en manos del Ejército u otras fuerzas de seguridad; sin embargo, todo era silencio y más represión.


La vida era eso, e implicaba una doble vida, porque las reuniones y las pocas acciones de propaganda que se hacían eran clandestinas.


Así se conocieron Inés y Humberto, en un gran bar para intercambiar ideas y periódicos e intentar que la gente tomara conciencia. Menuda y ardua tarea, que ya se había tragado miles de jóvenes estudiantes, obreros y militantes políticos o simplemente a los que querían un país más justo.


Ellos militaban juntos, eran trostkistas y sabían muy poco el uno del otro. En realidad no debían saber nada, por las dudas si alguno "caía" había que preservar al otro. Así que se encontraban en los bares, se pasaban documentos y periódicos en cajas de jabón de lavar o envueltos como para regalo; en fin, en cualquier cosa que disimulara la carga antidictatorial. Es más, ni siquiera sabían sus nombres, pero no importaba. Muchas veces se habían mirado con deseo, con mucho deseo, en medio de los larguísimos encuentros del partido.


Una tarde fría de invierno se juntaron para armar una reunión, en una parada de colectivo. Humberto tenía tres periódicos que entregar y esta vez los tenía en el bolsillo interno de su sobretodo azul. Inés llevaba un papelito con los nombres de las personas que se reunirían en una caja de cigarrillos. Lo suficiente como para encontrar la muerte.


Arreglaron todo en un bar tomando chocolate en lo que entonces era Palermo viejo. Después salieron caminando, la calle estaba oscura y un patrullero bajó la velocidad para comenzar a seguirlos. "Qué lástima, Colores", atinó a decir Humberto cuando vio que la policía bajaba con las itakas en las manos, y a paso firme los arrinconaban contra un muro sin ventanas. Estaban bien vestidos y los separaron casi dos metros para preguntarle a cada uno qué estaban haciendo ahí. Ninguno de los dos había previsto esta situación ese día. Nada podían decir uno del otro, sin embargo casi al unísono y frente a un hotel de alojamiento los dos dijeron que iban al "telo".


Los palparon de armas pero no los revisaron. "Circulen rápido si no quieren problemas", les dijeron y los empujaron con las itakas. Se tomaron de la mano y entraron al edificio.



Lágrimas y abrazos



Una vez adentro se abrazaron fuerte. Habían zafado. Pero seguían abrazados, él comenzó a acariciarla y a ella le caían las lágrimas hasta que la pasión los desbordó, con un sentimiento parecido al terror. Que más tarde se haría tangible. Pero ese día la pasión tenía gusto a triunfo, una pasión llena de ganas de vivir, una pasión sin igual.


Los cuerpos se enredaron una y otra vez. La boca de él la recorrió entera y ella ya no lloraba. Gozaba como jamás lo había hecho en su vida, y notaba que el mismo placer sentía él. Hicieron el amor durante varias horas y se quedaron dormidos hasta el amanecer. Poco después los llamaron y mientras ella se estaba arreglando en el baño, él entró y acurrucó su cabeza en la melena pelirroja y le dijo: "Qué lanas tenés Colores".


Inés supo en ese momento que él había entrado en su cuerpo, su cabeza y su vida para siempre. Se terminaba la soledad y también el frío en el corazón por tantos amigos perdidos. La situación ya no era la misma. Parecía que el mundo en verdad podía ser mejor, menos hostil. La esperanza se renovaba y ya no se separaron más. Siguieron con la resistencia a tanta sangre chorreante; la enfrentaron juntos y decididos.


Ella tenía 22 y él 24. Todavía siguen discutiendo de política. Tal vez crean aún que el mundo puede ser un buen lugar para la humanidad.